Mis recuerdos
1 Tardes de Sábado interminables en mi querido Hualañé. Mi papá, mi mamá, mis abuelos. 10 tíos, 14 primos. Un nogal, un fruto de oro, gallinas, juegos y un patio grande ¿Qué más se necesita para ser feliz?
Mi padre representa el vínculo inquebrantable con mi familia paterna.
Los Flores Mayor, aclanados, impetuosos. De carácter difícil y ceño fruncido.
Mi niñez está indisolublemente unida a esas jornadas de “familiaridad” en nuestro estilo.
2 Mi padre fue, durante toda mi niñez, presidente del club “Arturo Prat” de Hualañé. En mi calidad de hijo de dirigente, me convertí (no sé si con su beneplácito) en su sombra en todo lo que respecta al equipo. Salíamos a buscar jugadores en la semana, a preparar los partidos algunas tardes, y el domingo…la ceremonia del estadio. Desde el camarín hasta la celebración de los incontables triunfos. Sin duda era nuestra complicidad. Nuestra actividad de “hombres”. Sólo para los dos. 3 Mi padre tenía, por sus múltiples compromisos, que viajar a Curicó varias veces en la semana. Al menos una de esas veces, yo era su compañero de viajes. Me enseñó a realizar trámites bancarios, me presentaba a sus amistades y terminábamos el día tomando onces en el céntrico “American Bar”. Leche con plátano y un queso caliente para mí. Té y Chacarero para él. Además, a veces me permitía pagar la cuenta (con su dinero por cierto). A mis 10 años, no podía sentirme más “grande”.
4 Por la dificultad de encontrar un colegio de excelencia en nuestro Hualañé, debí iniciar estudios en la ciudad de Curicó desde los 12 años. Eso implicaba hacerme responsable de mis estudios, de mis horarios y de administrar el dinero que me daban para la semana. En alguna ocasión, estimé que el presupuesto asignado era insuficiente. Como a veces lo veía a mitad de semana se lo planteé directamente. “Con lo que te damos está bien” me dijo. “No quiero que nada te falte…ni que te sobre tampoco”.
En pocos momentos, el mensaje sobre como conducía nuestra educación (la mía y la de mi hermana) estaba entregado.
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