Sobre
Cristián Manuel
Cuando nuestra madre nos comunicó que estaba embarazada, después de 11 años desde que había nacido mi hermana menor, María Jesús, llenó de alegría a la familia, y la felicidad fue aún mayor cuando nos enteramos que era un varón. Nos quiso sorprender y antes de lo previsto anunció su llegada, fue todo muy rápido y casi sin darnos cuenta nos encontrábamos, una tarde de viernes de invierno, en la clínica, esperando su llegada, pero nació varias horas después, poniendo en riesgo la vida de nuestra madre. Al final ambos se salvaron, y llegó la mañana del sábado, en la que me enteré de su nacimiento durante la noche, y no podía esperar para conocerlo, así que rápidamente partí rumbo a la clínica. Pero, lamentablemente, no todo era tan maravilloso como se esperaba: nuestro hermano había nacido con un problema genético, conocido como Síndrome de Dawn. Nuestros padres, Manuel y Lucy, estaban devastados, mientras que yo, que no entendía mucho de qué se trataba el Síndrome, sólo quería verlo y tomarlo en mis brazos, pero no pude, ya que él se encontraba en una especie de incubadora con luz, boca abajo, con sus ojos tapados y, al verlo, me sorprendió que, siendo tan pequeño y con un Síndrome que parecía terrible, levantara firmemente su cabeza y con sus pequeñas manitos quisiera arrancarse la venda que tenía en sus ojos, para conocer aquello que lo rodeaba, como si supiera que su vida iba a ser corta y tratara de aprovechar cada instante de su vida, y en ese mismo momento supe que él sería la persona más importante en mi vida.
Pero el Síndrome de Dawn, del que todos hablaban, no era lo peor, sino lo que éste traía aparejado: se trataba de una malformación en su pequeño corazón que ponía en riesgo su vida, por lo que debía ser operado a la brevedad. Lamentablemente no fue sólo una operación la que debió soportar, sino que tres, lo que lo obligó a pasar más de la mitad de su corta vida en una clínica, la que también se transformó en nuestro segundo hogar, en el que día a día nos reuníamos como familia junto a él.
Día a día nos demostraba su fortaleza, soportando estoicamente operaciones, exámenes y todo lo que significa vivir rodeado de doctores y enfermeras. Debo reconocer que durante esos días había momentos terribles, de mucha tristeza y miedo, pero en los que bastaba una mirada o una sonrisa de él para volver a sentir esperanza y tranquilidad. Le gustaba estar siempre acompañado, en mis brazos y en los de nuestra madre y jugar con su cascabel rojo y azul, que aparece en las fotografías.
Hasta que una noche de otoño, después de su tercera y última operación, sorpresivamente, tal como nació, se fue. No pude despedirme, pero creo que él sí se despidió de mí, porque a diferencia de las operaciones anteriores, esta vez lo acompañé hasta la sala de operaciones, me llevaba sujeta de mi dedo índice con su pequeña manito, y al entrar, por tercera vez para él, a ese pabellón, que ya le debía resultar familiar, sentí que sujetaba con más fuerza mi dedo, hasta que llegó el momento en que debía continuar solo, con las enfermeras, y traté de soltar mi dedo de su mano, pero él, a pesar de su corta edad y de su frágil cuerpo, se aferraba a mi dedo, sin querer soltarme y, al mirar sus ojos, antes de que cerraran la puerta que nos iba a separar para siempre, supe que ya no volvería a estar con él, por lo menos en esta vida, y me invadió una infinita tristeza.
Si bien sobrevivió a la operación, su cuerpo quedó muy débil y en los días posteriores tuvo que quedarse en la unidad de cuidados intensivos, donde, si bien podíamos visitarlo, no podíamos abrazarlo o acariciarlo, debíamos conformarnos con verlo desde lejos, ya que estaba conectado a tubos por todos lados y rodeado de máquinas, hasta que una noche, su cuerpo no resistió más y se fue, dejándonos sólo su dulce recuerdo.
Mi hermanito vino a este mundo y se fue de él intempestivamente, dejando mi corazón y el de toda la familia lleno de tristeza, pero con la enseñanza de que hay que luchar con todas las fuerzas contra la adversidad, aún cuando al final se pierda la lucha. Reconozco que me costó aprender la lección que mi hermanito nos dejó. Durante mucho tiempo me rebelé contra Dios, pensando en todo lo mal que mi hermano lo había pasado en su corta vida, para que después de tanta lucha y esfuerzo se lo llevara, pero, al final, comprendí que él fue un angelito que nos vino a llenar de amor y esperanza, y a dejarnos una lección de vida que no debemos olvidar, así como nunca nos olvidaremos de él.