Sobre
Fernando
Quisiera haber titulado esta página con aquel verso de Espronceda, "que haya un cadáver más, qué importa al mundo", pero me pareció yerto, patético, sepulcral, aunque no fuera del contexto de esta Colina Sometida por garras que sofocan las gargantas que no pueden tragar los amargos desconsuelos masticados sin saliva en el eterno ir y volver, trepar y descender con el profundo tremendismo que implica sobrevivir para luego fenecer y, tal vez, algunos ya no saber para qué.
Preferí este otro verso extraído de un religioso poema que junto a una de las cartas guiadas por la mano del milagro, logró soslayar complicadas o bélicas fronteras. Se trata de un lírico discurrir de verso en verso como esos puros torrentes de nuestras cumbres andinas, -¡Oh, la Cordillera de Chile!-, que, místico y silencioso, paradojalmente reza "para llorar la sequedad".
Este verso caudaloso sumergido en la Colina de Nyamirangwe cuando la estación seca se ha ido dejando un secreto recuerdo de polvo caliente en los techos y en los campos y también en los adentros y en las duras huellas descalzas del sufrido refugiado, una amenaza viviente aplasta ya los paisajes, la ilusión y los silencios.
La cíclica sequía esperada y soportada por la madre naturaleza, ha hecho que sus flores diminutas, luciendo pétalos de oro, ansíen la gota de agua para poder complacerse con el honor de llorar.
Esta ausencia de humedad mimetizada también con el ambiente reseco agudizado estos meses en el Campo de Refugio que se ha visto estorsionado por quienes, haciendo mísera leña de la impotente pobreza, han privado hasta la gracia de verter lágrimas vivas, de esas que llevan el brillo resbalando en las mejillas.
Niños, jóvenes, analfabetos..., han clausurado el llamado año escolar, fragmentado, asistemático, recluido a dislocados e incómodos lugares, impropios para recibir el pan de la cultura que todos tienen derecho a comer en el templo del saber como es la Escuela que, aquí, ha estado cerrada por altas disposiciones.
La población refugiada ha soportado con heroica paciencia y religiosa resistencia, la arrítmica y disminuida ración alimenticia recibida, soporte indispensable para sus cuerpos gastados por la fuerza encadenada sumida en la precaria cotidianidad que supone comer malo malnutrirse.
Comerciantes indefensos, resistidos a pagar el capricho autoritario, han visto arrasar sus endebles mostradores que ofecían sus productos entre la tierra y el cielo y, con la resignación estoica de la fuerza del inerme, han vendido, temerosos, desde el mismísimo polvo, su vivir sin horizonte.
Hostigaciones constantes provocando desconcierto para abandonar el Campo, para volver al suplicio de dar vuelta las pisadas y columbrar sus colinas, las que acunaron sus vidas, tejen enredadas mallas de corrupción refinada que atrapan los ideales desintegrados, de a poco, las fuerzas de sus raíces.
Organismos, paladines del cuidado humanitario, pretenden ir bloqueando no sólo las calorías del cuerpo, sino también opacar el universo pensante, la emergencia de los líderes, la oportunidad de hablar, dejando secar el temple de valientes fortalezas que ya rebasan los límites de la capacidad de sufir, de ese dolor indecible que debe transportar su pesada y propia losa.
Esta estrategia perversa que suma peso tras peso a la aplastada que diariamente lleva a la obligada subsistencia, impide que su mirada pueda ver con nitidez la línea del horizonte, las manifestaciones del Cielo, la luna llena de estrellas.
Por eso, en su constante marchar, en su cíclico moverse buscando la claridad, se estanca en el mismo sitio sufriendo el drama viviente con el honor humillado entre el hermoso paisaje mancillado por el absurdo feísmo que los hombres han impreso con intención cainita.
Esta aparente existencia bordada con el hilo del rumor y la sospecha, con el imperio de los más fuertes donde la palabra se profana con el tráfico de mentiras, hacen de este "contra-mundo" un suelo más pantanoso donde el esbozo de una intentada sonrisa se congela en un rictus de tristeza que enseña sus dientes blancos.
... Y entonces, un gigantesco mural de interminable epopeya se cubre de lenta pátina obscura que sostiene al fugitivo en los límites inciertos de refugio cada vez más inseguro.
Pero en el más puro epicentro de l aaridez del abandono y menosprecio del que ha huido de la sombra de la muerte, reluce el brillo de vida que mantiene la esperanza en el terrible desierto.
Aquí transcribo un fragmento, testimonio vivencial, que un joven de la Colina me regaló no hace mucho...
"Después de los trágicos acontecimientos ocurridos en Rwanda, huí hacia el Zaire mientras me preguntaba qué iba a ocurrir con mi pueblo. Cada uno se separó de su familia sin desearlo debido a la inseguridad que amenazaba a la población donde la mayoría era inocente. Como Ud. sabe , cuando dos elefantes pelean, son los pequeños animales los que perecen.
Entonces en esa dramática situación, me apoype en la Sma. Virgen y en su hijo, Jesús, que han sido para mí una muralla protectora. Hermano, le seguro que siempre me han acompañado. Es por eso que invio a toos, especialmente los jóvenes, a tener gran confianza en Ellos, porque la oración es la llave de lo imposible.
En una oportunidad tuve la insaciable curiosidad de saber cómo Dios cuidó a los pobres refugiados israelitas. Leí el paisaje bíblico (Deut.8,1-6) y encontré una estrecha semejanza entre su miserable vida y l anuestra.
Ellos atravesaron el desierto, nosotros la gran selva de Nyungue con l alluvia permanente. Imagínese a los niños, ancianos, mutilados, enfermos, cojos, ciegos, mujeres encinta..., andando 40 Kms. diarios con rumbo desconocido y sin tener qué comer.
Pero el amor infinito al Señor nos ha socorrido a través de los Organismos Internacionales y, muy particularmente, por Uds. Hermanos Maristas, que nos asisten con la alegría de su corazón.
Gracias a esta intervención podemos comer lentejas, porotos, arroz, maíz... Para mí es como el maná venido del cielo.
En todo este misterio nos muestra que Dios no está lejos de nosotros, que se encuentra muy particularmente en mi vida con su ternura y misericordia extendiéndose a través de mi alma y de mi cuerpo.
Esto me anima a seguir viviendo su presencia hasta mis últimos días".
Con la ilusión de encontrar el agua de salvación y enjugar su llanto seco, sigue el refugiado abrazado a la esperanza.
"Lo que hace hermoso al desierto, dijo el Principito, es que oculta un pozo en alguna parte".
Hno. Fernando de la Fuente.