Sobre
Miguel
Pareciera que fuera ayer cuando recibíamos tus consejos: “estudien para que no sean como yo”. Unos más que otros siguieron tus palabras (jajaja); sin embargo, cada uno de los que las escuchamos sólo pretendíamos ser como tú: un hombre luchador, trabajador, querendón, y miles de otros calificativos que nunca terminaríamos de enumerar.
Naciste un día 09 de agosto de 1918, en Bucalemu, sector de Paredome, siendo el cuarto de cinco hermanos. Tu madre, Doña Carmen, falleció cuando tú apenas tenías 7 años. Entonces te pusiste a trabajar en las salitreras con tu padre, Don José, hasta los 12 años. Cuando falleció comenzaste junto con tus hermanos un peregrinar entre tíos y conocidos, hasta que al cumplir los 14 años viajaste a Santiago con una familia hacendada para la cual tú trabajabas.
A los 18 años cumpliste con el Servicio Militar, quedándote en el Ejército con el cargo de ayudante de cocina y llegando a ser cocinero de primera. Años más tarde conociste a quien sería mi abuela, la Tila, con quien el noviazgo duró 1 año y 9 meses. Se casaron y, como buen yerno que fuiste, no sólo te llevaste de luna de miel a tu señora, sino también a la suegra, queridamente recordada como la yayita, quien nos regalaba golosinas cada fecha de pago.
Así comenzó tu vida de matrimonio. Un año más tarde comenzaron a llegar los hijos: Miguel, Sergio, Alfonso, Aurora y Patricio, en la casa de Victoria cerca del Parque O´Higgins. Al jubilar del Ejército, trabajaste en lo que ya conocimos como tu oficio, “la cocina”: cada 18 de septiembre la venta a grandes empresas y panaderías de las empanadas de pino y cada verano tu propia amasandería en el Yeco, en el Litoral Central; después fueron llegando los nietos y bisnietos. A tu partida (85 años) ya habías cumplido 59 años de vida junto a la abuela. Esa partida es tan dolorosa y triste para los que quedamos por el egoísmo, ese egoísmo de no volver a verte, pero tan tranquilizadora al ver que no tuviste que sufrir esos dolores del maldito cáncer que había atacado tu cuerpo.
Recuerdo ese 08 de enero, tan extraño por todas las circunstancias que rodearon tu partida. Ese 08 de enero, cumpleaños de la Lola, tu única hija, día también en que iríamos a buscarte al hospital para que pudieras estar en tu casa en Puente Alto. Sin embargo, fuimos a buscarte, pero en otras circunstancias. Esa manera de irte fue muy propia de ti: decidiste partir para no tener que molestar (según tú) al resto con los cuidados que ibas a necesitar.
Fuiste un hombre al que vale la pena seguir, sobre todo admirar, ya sea por tu persona en sí o tu historia, porque sabemos lo que pasaste en tu vida, cómo comenzaste y lo que llegaste a ser.
Hoy veo a mis hijos crecer, y no sabes cuánto desearía que estuvieras aquí para que desde la cocina escucharan tu voz entonando: “muchacho que hacías tú tanto rato en la cocina… jugando, mamá, jugando, al gallo y la gallina” mientras preparas unas ricas empanadas de pino (aún no he conseguido a nadie que te iguale) o ese exquisito pan amasado que esperábamos al partir a la playa.