Sobre
Ema Cristina
Escribo este Testimonio en base a mis recuerdos como sobrina-nieta, y de lo que me han contado de tu vida, querida abuelita Ema.
Naciste del primer matrimonio de nuestra bisabuela, Zulema Catalán con el Sr. Mallea, en Lo Abarca, cerca de San Antonio. Después de quedar viuda tu mamá, ella se casó con Guillermo Vera, con quien tuvo más hijos, dentro de ellos a nuestra abuela materna Gertrudis Vera. Fueron más de una decena de hermanos, contando los dos matrimonios.
Fuiste esposa de Don Juaco, un señor muy elegante -así lo escuché siempre- con quien tuviste dos hijos, Roberto y Alejandro.
Sin embargo, una hija más que tuviste fue mi madre, Laura, quien vivió contigo un año en tu casa de Simón Bolívar, cuando tenía tan sólo 9 años, quien tiene hermosos recuerdos de esa época.
A pesar de que te querías quedar al cuidado de mi madre, y rogaste por ello, mi abuelita la llevó de vuelta a San Antonio, junto a sus hermanas, pero la buena relación continuó a través del tiempo, tanto con tu hermana Gecho como con tus sobrinas y, afortunadamente, con nosotros, tus sobrinos-nietos: Macarena, Gustavo, Juan Antonio, Juan Pablo, y Daniel.
Recuerdo cuando éramos niños vivíamos en Padre Hurtado, comuna de la Región Metropolitana, pero lejana al centro de Santiago, ahí con mis padres jóvenes, cuando íbamos al “centro” era una visita segura la de ir a tu casa, y tú siempre nos recibías muy cariñosamente, comíamos contigo y la familia de tu hijo Alejandro, en un ambiente muy familiar y a mi papá, en vez de decirle su nombre Gustavo, le decías Augusto jijiji.
Cuando mi hermano Gustavo o yo estábamos de cumpleaños, los celebrábamos con fiestas de disfraces, a las cuales tú siempre asistías, y nosotros te poníamos una coronita de reina, la cual se ajustaba exactamente a tu personalidad, coqueta y elegante. Tú, siempre muy amorosa con nosotros, nos acompañaste siempre.
Estabas enferma de tus bronquios, desde muy joven, siempre con muchos remedios y por algunas ocasiones con cilindro de oxígeno, para mí era habitual verte así, pues así te conocimos; sin embargo, a pesar de tu enfermedad, siempre andabas muy arregladita, tu piel blanquita, maquillada, siempre perfumada.
Disfrutamos mucho de tus visitas en el lugar en que estuviéramos viviendo (Padre Hurtado, San Fernando, Curicó). Allá llegabas a vernos y salíamos a pasear contigo en familia.
Pasaron los años y en mi casa de Curicó donde vivíamos, supimos de que estabas viviendo en un Hogar de Ancianos y, tras las conversaciones que tuviste con mi mamá, Laura, ella quiso ir a buscarte. Mi padre, Gustavo, no dudó en apoyar la iniciativa de mi mamá, y nosotros aún niños y adolescentes sólo esperamos, en Curicó, tu llegada con gran entusiasmo.
Te fuiste a vivir con nosotros, a lo cual no estábamos acostumbrados, solo éramos dos niños y dos adolescentes que disfrutábamos de nuestra energía, pero con tu llegada cambió nuestro vivir. Especialmente yo, como la única mujer, me sentí muy cercana a ti, acompañaste mucho nuestra vida, en Curicó incluso te hiciste de un pretendiente quien se enamoró de ti, don José, quien te visitaba en nuestra casa, con un ramo de finas rosas rosadas y una roja al centro del buqué (cultivadas por él), de terno, corbata, sus zapatos bien lustrados y peinado a la gomina a quien tú hacías esperar, pues siempre fuiste muy coqueta.
Estando en nuestra casa de Curicó viajamos a Melipilla, donde te quedaste por unos días y regresaríamos a buscarte, saliendo de vacaciones de invierno, donde tu hermana Inés, desde donde nos llamaron para avisarnos que habías fallecido. Yo contesté el llamado y fui al colegio a avisarle a mi mamá.
Viajamos a despedirte. Esa noche, con mi hermano Gustavo, dormimos en tu cama, pues la casa de Melipilla estaba llena, todos acompañándote.
De vuelta en Curicó, nos encontramos con tu enamorado, quien me preguntó por ti, yo le dije que estabas en Melipilla (no le dije que en el “cementerio” de Melipilla), y él me preguntó si ibas a volver y le respondí que “no”, él se fue tranquilo caminando, pensativo… no quise romperle el corazón.