Sobre
Ernestina Del Carmen
Mayita, así le decíamos todos, hasta ahora nunca supe por qué, quizá una de sus nietas en algún momento, cuando comenzó a decir sus primeras palabras, la llamó así y así quedó hasta el final. Era tierno decirle así, era muy bonita, con ojos azules como el mar, de tez blanca, chiquitita y alegre. Vivió sola una parte de su vida, mis padres y sus demás hijos trataron de que no fuera permanentemente así.
Si bien nuestro grupo familiar se componía de siete, al final éramos ocho, mi madre así lo estableció, en todo orden de cosas. Mi mamá, siempre estuvo muy pendiente y cercana a ella y eso me da mucha satisfacción, ya que, nos enseñó el respeto, preocupación y el amor sin barreras de una hija hacia su madre.
Mi lindo papá se portó como un hijo con ella y por eso me siento orgullosa de él, creo que todo eso le sirvió para llevar esta soledad a cuestas.
Fue la menor de doce hermanos, a los que siempre recordaba con mucho cariño y de los cuales yo no alcancé a conocer más que a mis tías monjitas Imelda e Isabel que vivían en Uruguay y venían de vez en cuando al país, ahí mi Mayita era muy feliz. Sus seres queridos fueron sus cinco hijos, sus dos hermanas monjas, sus nietos y sus yernos.
A veces parecía una niña y otras veces nuestra mamá, nos cuidó a todos, nos enseñó todo esto de las buenas costumbres, hasta ahora fue lo que más me marcó y agradezco. Recuerdo que me dio el último empuje cuando aprendí a leer, con ella entendí a la primera.
Vivía en una casa grande de dos pisos y tenía una pieza para los invitados, con dos camas donde dormíamos cuando nos quedábamos en su casa, o a veces también nos acomodaba en su habitación. Todo tenía un olor muy agradable y característico de ella. Arreglaba todo tan bien que todo lo encontraba perfecto, sus almuerzos eran tan ricos como los de mamá. Su pasión era su jardín, el que mantenía verde todo el año y con variedad de flores, en especial rosas de distintos colores. En la casa de mis padres plantó árboles y flores, gran parte de los cuales aún se conservan.
Su preferencia por mi hermana mayor nos llevaba a hacer tonteras, como la genial idea de arrancarnos de casa a los 7 años de edad con el bolso del colegio y un par de ropas, mi hermana Anna (la segunda), Erna, (la menor de las mujeres) y yo (la tercera de la familia), Poli -así me decía-. Eran vacaciones de verano aburridas en Santiago. Llevábamos dos o tres cuadras caminando hacia su casa cuando de repente apareció el famoso viejo del saco, nos decían en esos tiempos que se llevaba a los niños, así que con terror nos devolvimos corriendo a casa. Mi mamá nos abrió la puerta como si nada grave hubiera pasado y para nosotros fue el gran susto, así que lo mejor fue protestar por lo injusto que era que sólo Jenny (mi hermana mayor) pudiera estar en casa de Mayita. Se pasaba bien: nos mojábamos con manguera, salíamos a la feria, nos tomaba fotos con peinados muy estirados y todo de punta en blanco.
Hubo vacaciones en que nos llevó a Viña a casa de unos tíos medio lejanos. Éstas eran buenas y malas. Buenas, porque disfrutamos de la playa, paseos en auto y a pie por diversas partes, y lo malo era que no podíamos estar todos los hermanos juntos al mismo tiempo, había turnos para vacacionar y yo extrañaba a mis padres y hermanos, así que siempre estuve con nudos en la garganta. Pero así y todo fueron lindos momentos con mi Mayi.
Pese a todos sus dramas, siempre fue una mujer que luchó por tener a sus hijos cerca de ella. Su vida fue de mucho sacrificio y siempre con la misma fuerza hasta el final de sus días, soportó con mucha valentía su agónica enfermedad de cáncer, la que al final cerró esos lindos ojos pero dejó vivo todo su amor y sacrificio.